Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta, y mucho menos Baeza. Este dicho, uno de los más conocidos del acerbo popular que nos legó la Salamanca del Siglo de Oro, venía a expresar la relatividad del valor de un título universitario.
Otro similar, aunque más ácido, nos recordaba que Ir bestia a Salamanca y volver asno, a muchos les ha pasado...
Era costumbre, entre las familias con posibles, la de enviar a algunos de sus hijos a Salamanca, con el único fin de hacer de ellos esos "hombres de provecho" que quizá, y de otra manera, jamás hubieran sido. Lamentablemente, aquella sentencia siempre fue más expresión de romántica voluntad, que crónica de realidad: Los títulos universitarios, hasta hace relativamente bien poco, siempre fueron garantía de éxito social. Decía Unamuno que El título no da ciencia, pero sí privilegio, que es cosa más tangible que aquella, o por lo menos más convertible en algo que se toca.
En cualquier caso, esos futuros "hombres de provecho" de antaño, tuvieron que vérselas con la ranita que corona a uno de los cráneos de esta fachada plateresca -la de la Universidad de Salamanca-. Era tradición que los estudiantes se encomendasen a este animalito, dedicándole alguna plegaria, momentos antes de un examen. Tras de la encomienda, pasaban a una capilla en la que esperaban turno para ser examinados, arrodillados, de ahí que la situación de espera que precede a la inmediatez de un importante acontecimiento se exprese, desde entonces, con la frase: Estar en capilla.
Esta semana estuve en Salamanca: he vuelto asno, desde luego, aunque asno prendado de tanta belleza y cultura; y confieso estar en capilla respecto de mi regreso.
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