Pasaba aquella tarde en la cafetería del Parador de Tordesillas, portátil en ristre, ultimando el contenido de una próxima reunión.
Con su paso característico, que recuerda al caminar del Parkinson, cruzó el local hasta situarse junto a la mesa de al lado. Al sentarse me saludó cortésmente:
-. ¡Buenas tardes!
-. ¡Buenas tardes!- suelo flojear y no ser particularmente prolijo, en momentos como éste.
Se dirigió a mí nuevamente, poco antes de comenzar a degustar el sandwish que el camarero le había servido:
-. ¿Gusta?
-. ¡Oh, no, gracias!- le dije señalando el mío- aunque lo que sí me encantaría es que accediese a hacerse una foto conmigo, luego...
-. ¡Eso está hecho!
Minutos después me sorprendió su disposición:
-. ¿Para cuando esa foto?
-. ¡Enseguida, voy por la cámara al coche!
Era la segunda vez que me encontraba con este fistro-pecador. La primera fue en el aeropuerto de Barajas y también entonces me dejó con esa sensación que te queda tras conocer a una gran persona... Hasta el punto de resultarme chocante el que se llame Chiquito...
Aún no llamandome yo Lucas, me gustaría volver a verlo otra vez... ¡Por la gloria de mi madre!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario