viernes, 1 de octubre de 2010

Agua de Colonia

La casa en la que se inventó el Agua de Colonia

Hablar de cualquier ciudad alemana es tener en cuenta el tributo que este pueblo hubo de pagar, en dos plazos, por sus desmedidas ambiciones: la pérdida de la práctica totalidad de esa historia que la mayoría de las ciudades del mundo conservan, escrita con la paciencia de los siglos y en el alma de sus piedras. 

Colonia -Köln- como casi todas las localidades germanas de cierta importancia, fue totalmente destruida durante la Segunda Guerra Mundial.

Dicen que un milagro preservó su catedral, aunque no se ha de adjudicar a la advocación de ningún santo, sino a la buena voluntad de una aviación aliada que -con excelente criterio- quiso evitar objetivo tan evidente (no debemos olvidar que estamos hablando de la catedral gótica más alta del mundo).

Al margen de considerar que Colonia es, hoy por hoy, una ciudad muy animada en lo social, en lo económico y en lo cultural, y que cualquiera de estas premisas justificaría holgadamente una visita, hay dos motivos que nos invitan, con especial intensidad, a no traspapelar la posibilidad.

Ya hemos citado el primero: la magnificencia y belleza de su catedral gótica. Sus enormes vidrieras no pasarán desapercibidas -estoy seguro de ello- para ningún visitante, quien podrá aprovechar la estancia para agradecer, ante la tumba de los Reyes Magos, algunas de las mejores sonrisas de su infancia, ya que sus restos se conservan aquí (permítaseme la gracia de pensar que no morirían en un exceso de celo profesional; a tenor de la creencia ejercieron un único día al año, y esto es algo que sigue cuestionándose).

El otro motivo es el Agua de Colonia, cuyo origen es incierto aunque parece ubicarse aquí (el nombre genérico no debería dejarnos demasiados resquicios para la duda).

El Agua de Colonia, tal y como la conocemos hoy, fue descubierta en el año 1.709 por el italiano Giovanni María Farina, residente en esta ciudad. Al parecer, la fórmula le fue transmitida por un monje.

Fue más tarde, en 1.795 y con motivo de la invasión de la ciudad por parte del ejercito francés, cuando el descubrimiento empezó a adquirir predicamento y relevancia: los soldados galos gustaban de perfumarse con aquel agua... (¡Estos gabachos...!). El hábito no tardó en extenderse y arraigarse -transformado en moda- por todo el país vecino.

La primera marca comercial fue la denominada "Nº 4.711", que hoy podemos seguir viendo en la gran mayoría de las perfumerías. ¿El por qué de este nombre?: con el fin de ejercer un mejor control los franceses decidieron asignar un número a cada casa de la ciudad; este fue el que le correspondió, administrativamente, a aquella en la que se fabricaba el agua perfumada.

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