Comentaba Antonio Gala su tendencia a visitar los cementerios de los lugares a los que viajaba. El saber cómo trataban a sus muertos era para él una forma más o menos precisa de conocer a los vivos.... Puestos a compartir algo con el dramaturgo, prefiero sea este pensamiento que sus tendencias sexuales o su fijación para con lo fálico de unos bastones...
No es que yo tenga esta afición, pero confieso que algunos cementerios me han impresionado, que los muertos me han contado -en ocasiones y en la objetividad de sus silencios- muchísimas mas cosas de las que me contaría el más dicharachero de los guías.
Pocos lugares tienen la espiritualidad o el misticismo de los cementerios gallegos... El culto a los muertos, en Galicia, es devoción románica que adopta el aspecto de un estandarte gótico. Y es que allí, cada nicho adquiere el protagonismo y la personalidad de toda una catedral, con sus esculpidas formas graníticas elevándose hacia un cielo que se empeña en rivalizar con ellas en un gris, salpicado por el blanco de las nubes o de los líquenes...
Una de las cosas que más me han llamado la atención, en mi cercana Galicia, es el sentido de la propiedad que tienen para con sus muertos: el contenido de los nichos es para ellos, algo tan valioso que se resisten a renunciar a su posesión. Es frecuente leer, en las lápidas gallegas, expresiones como esta: "Propiedad de....".
Quien ha tenido ocasión de bajar a las catacumbas romanas sabe de qué hablamos... Estos lugares, en los que reposaban los restos de los primeros cristianos resultaban no ser más, para sorpresa del visitante, que un montón de fosas saqueadas, profanadas por los bárbaros quienes no supieron ver más allá del significado material de los epitafios esculpidos en sus mármoles: "Aquí yace mi tesoro".
Los bárbaros del norte -por suerte hoy muchísimo más civilizados- siguen teniendo esa concepción un tanto desacralizada de la muerte. Alguna vez, en verano, hube de llamar a mi hijo, alojado en la casa de alguna familia anglosajona y digerir diálogos como este...
-. Qué haces hijo? Dónde estás?
-. Aquí, papá, que me han llevado de pic-nic!
-. Ah sí? A dónde?
-. Estamos merendando en un cementerio, al menos eso creo...
(Glubs!).. Y es que para ellos un cementerio no tiene más relevancia que la que pudiera tener para nosotros, el parque de la esquina...
En fin, puestos a elegir forma y lugar para un reposo eterno, me quedo sin duda con las preferencias de Georges Brassens. Este cantautor francés suplicaba, en una de sus más bellas canciones (Supplique pour être enterré à la plage de Sête), ser enterrado en la arena de la playa de su lugar natal, en Sête, un encantador pueblecito de la Carmargue francesa, a orillas del Mediterráneo... Y aprovechaba para pedirle clemencia a Dios para el caso en que la sombra de su cruz llegase a rozar el cuerpo de alguna bañista, en pos de algún que otro placer póstumo...
Suplique pour être enterré
a la plage de Sête
a la plage de Sête
Juste au bord de la mer,
a deux pas des flots bleus
creusez si c'est possible
un petit trou moelleux
une bonne petite niche...
Auprès de mes amis d'enfance les dauphins
le long de cette greve ou le sable est si fin
sur la plage de la corniche...
Et quand prenant ma butte en guise d'oreiller
une ondine viendra gentiment sommeiller,
avec moins que rien de costume.
J'en demande pardon par avance a Jesus
si l'ombre de ma crois s'y couche un peu dessus,
pour un petit bonheur postume...
(Georges Brassens / fragmentos)
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