Un año más, en mi pueblo celebramos una fiesta tan original como entrañable: la de los Escobazos. Este año la lluvia, que fue aparcando su timidez a medida que avanzaba la noche, acabó empapándome ropas, cámara, voluntades y... hasta los huesos!
Todo transcurre en la noche del 7 de diciembre, víspera del día que dedicamos a la Virgen de la Inmaculada Concepción y al famoso dogma de la pureza en la maternidad que tanto dio que hablar antaño, en determinados foros y concilios.
“Ardía la zarza, y la zarza ardía
y no se quemaba la Virgen María.
Ardía la zarza, y la zarza ardió
La Virgen María: doncella y parió...
Como pudo ser?
Aquel que lo hizo bien lo supo hacer”
Semanas antes los lugareños fueron recolectando brezos silvestres, por los montes de los alrededores, que puestos a secar son utilizados para elaborar compactas columnas ó escobones, auténticas teas para lo que empezó siendo la inocente intención de iluminar una procesión nocturna, y acabó en animada batalla campal en la que el llameante escobón es el arma elegida por un ejercito de desuniformadas ropas viejas, cuyo lógico deterioro no habrá de suponer gran pérdida.
Puedo aseguraros que esa noche los jarandillanos monopolizan la atención de la diosa Fortuna, una conclusión a la que se llega tras constatar que nunca ocurrió, al menos hasta dónde yo sé, ninguna desgracia verdaderamente lamentable.
Puedo aseguraros que esa noche los jarandillanos monopolizan la atención de la diosa Fortuna, una conclusión a la que se llega tras constatar que nunca ocurrió, al menos hasta dónde yo sé, ninguna desgracia verdaderamente lamentable.
Os muestro también unas fotos que mi hijo Hugo hizo del que su peña de amigos "Manos Blandas" presentó al concurso del Escobón más largo.
Y puestos a rizar el rizo, qué me decís de estos "escobazos a ritmo de caña"?.
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