La pareja apareció corriendo, de la mano, colocándose de un salto en el centro del corazón, que en el suelo dibujaban las velas y los pétalos que habían permanecido, a pesar del viento que cabe esperar de las orillas del Danubio.
El joven buscó un trozo de papel arrugado en el bolsillo trasero del pantalón, disponiéndose a compartirlo, leyendo su contenido. Para finalizar, volvió a colocar la chuleta en el lugar del que la extrajo, hincando una rodilla en el suelo, mientras miraba a su pareja como quien admira a una deidad. Volvió a levantarse para fundirse -con ella- en un apasionado abrazo con el que sellaron tan romántico compromiso.
Los allí presentes acabábamos de asistir a una declaración de amor junto al puente de la Libertad, en Budapest. Salvo en lo referente al escenario, poco o nada parece diferir de lo que ya se considera un proceder universal.
Y ya ni sé si fueron reales o imaginarios, los sonidos de aquella danza húngara que parecía llegar hasta nosotros, volando con el viento, a modo de celebración.
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