Monasterio de Yuste |
Hace pocos años celebrábamos el Quinto Centenario del nacimiento de uno de nuestros reyes más controvertidos y, relacionado con él, perdido entre los robledales, los brezos y las jaras de la comarca de La Vera (Cáceres), nos encontramos con uno de los lugares más carismáticos de nuestra historia: el Monasterio de Yuste, un humilde recinto en el que no cabían más que una docena de jerónimos pero que llegó a ser, durante algunos años -allá por el siglo XVI- el ombligo del mundo.
Resulta placentera la visita en la que puede escucharse el relato de los últimos días del rey que rabió. Y es que Carlos V tuvo numerosos motivos para cultivar esa rabia que le cuelgan -cual sambenito- los historiadores: la gota que le consumía, la malaria que acabó con él, el protestantismo, sus múltiples campañas, sus diferencias con los diferentes Virreyes -allá en las Américas-.... y por fin, y alzándose como el mayor espoleo para su angustia: sus no pocas luchas internas.
Y no puede eludirse la pregunta: ¿Como es posible que un emperador, dueño de medio mundo conocido, el mismo que en su día había dicho utilizar el español para hablar con Dios, el francés para dirigirse a las mujeres, y el alemán para dar ordenes a su caballo, eligiese este sitio para pasar sus últimos días?... No se me ocurren más respuestas que la de sus múltiples dolencias, el hastío de poder y esta otra que pusieron en sus labios: Lo mejor del mundo es La Vera, lo mejor de la Vera: Jarandilla, y lo mejor de Jarandilla: la bodega de D. Pedro Acebo, allí quiero que me enterréis...
La foto del encabezamiento es relativamente reciente, data de unas pasadas navidades. Si apuráis un poco la vista, a la derecha y en la lejanía: puede imaginarse mi pueblo.
LA RAMPA DE YUSTE
Aquí acabó sus días el que, posiblemente, llegó a ser el hombre más poderoso de la Historia; vino hasta aquí para morir de paludismo, en un intento de tolerar la gota que colmaba su vaso.
Por esta rampa subió el Emperador Carlos, el que llegó a ser más grande que aquel otro Carlos, antecesor suyo en el trono del Sacro Imperio, y al que llamaron "Magno"...
Se encerró entre estas paredes a las que engalanaba un riguroso y aterciopelado luto, un luto póstumo, por el recuerdo de su bienamada esposa portuguesa, pero también anticipado y amortajado en su propio luto, el símbolo de una caída desde lo más alto, desde el encumbrado mito hasta su miseria.
Recostado en la sacristía de su dormitorio, escuchó hasta tres misas diarias quién en el nombre de Dios empezó a vender el alma colectiva de los españoles al mismísimo Diablo.
Desde la época del Emperador se viene conociendo a los cuacareños (habitantes de Cuacos) como "los perdonaos". En el origen del apelativo existen muchas teorías, aunque es más que probable que se deba, en parte, a cuanto nos contaba Pedro Antonio de Alarcón, allá por 1.850, en su libro "Viajes por España"...
Vaya desde aquí mi guiño de simpatía para los cuacareños y mi certeza de que lo que realmente debió ocurrir, a pesar de lo que diga el escritor granadino, "no sería para tanto"...
Aquí acabó sus días el que, posiblemente, llegó a ser el hombre más poderoso de la Historia; vino hasta aquí para morir de paludismo, en un intento de tolerar la gota que colmaba su vaso.
Por esta rampa subió el Emperador Carlos, el que llegó a ser más grande que aquel otro Carlos, antecesor suyo en el trono del Sacro Imperio, y al que llamaron "Magno"...
Se encerró entre estas paredes a las que engalanaba un riguroso y aterciopelado luto, un luto póstumo, por el recuerdo de su bienamada esposa portuguesa, pero también anticipado y amortajado en su propio luto, el símbolo de una caída desde lo más alto, desde el encumbrado mito hasta su miseria.
Recostado en la sacristía de su dormitorio, escuchó hasta tres misas diarias quién en el nombre de Dios empezó a vender el alma colectiva de los españoles al mismísimo Diablo.
Aspecto de una plazoleta, en Cuacos de Yuste |
CUACOS DE YUSTE
Muy cerca, a un cuarto de legua, se encuentra el pintoresco pueblo en cuyo término se enclava el Monasterio y al que éste acabó dando nombre: Cuacos de Yuste. Desde la época del Emperador se viene conociendo a los cuacareños (habitantes de Cuacos) como "los perdonaos". En el origen del apelativo existen muchas teorías, aunque es más que probable que se deba, en parte, a cuanto nos contaba Pedro Antonio de Alarcón, allá por 1.850, en su libro "Viajes por España"...
Vaya desde aquí mi guiño de simpatía para los cuacareños y mi certeza de que lo que realmente debió ocurrir, a pesar de lo que diga el escritor granadino, "no sería para tanto"...
Extraído de VIAJES POR ESPAÑA,
de PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN
CAPÍTULO PRIMERO
Una visita al monasterio de Yuste
... Pasada la Garganta de Pelochate, podíamos escoger dos senderos para llegar a Yuste: el uno va por Quacos, lugarcillo de 300 vecinos, que, como hemos apuntado, dista un cuarto de legua del Monasterio; el otro... no existe verdaderamente, sino que lo abre cada viajero por donde mejor se le antoja, caminando a campo travieso...
Nosotros escogimos este último, a pesar de todos sus inconvenientes. -Una aversión invencible, una profunda repugnancia, una antipatía que rayaba más en fastidio que en odio, nos hacía evitar el paso por Quacos.
Y era que recordábamos haber leído que los habitantes de este lugar se complacieron en desobedecer, humillar y contradecir a Carlos V durante, su permanencia en Yuste, llegando al extremo de apoderarse de sus amadas vacas suizas, porque casualmente se habían metido a pastar en término del pueblo, y de interceptar y repartirse las truchas que iban destinadas a la mesa del Emperador. Hay quien añade que un día apedrearon a D. Juan de Austria (entonces niño), porque lo hallaron cogiendo cerezas en un árbol perteneciente al lugarejo...
Pero ¿qué más? ¡Aun hoy mismo, los hijos de Quacos, según nuestras noticias, se enorgullecen y ufanan de que sus mayores amargasen los últimos días del César, por lo que siguen tradicionalmente la costumbre de escarnecer el entusiasmo y devoción histórica que inspiran las ruinas de Yuste!...
Alguien extrañará que Carlos V no declarase la guerra a los habitantes de Quacos, pidiendo a su hijo Felipe II veinte arcabuceros que les ajustasen las cuentas... Pero ¡ah! el vencedor de Europa no había ido al convento en busca de guerra, sino de paz, y, por otra parte, si hubiese castigado a aquellos insolentes, el desacato y desamor de éstos se habrían hecho públicos y dado margen a mil comentarios en toda Europa. -Los pequeños lo calculan muy bien todo cuando se atreven a insultar la misma grandeza a cuyos pies solían arrastrarse miserablemente... -El Emperador se hizo, pues, el desentendido, y devoró en silencio, como una penitencia, aquellas mortificaciones de su orgullo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario