¿Qué les diría Ud., que por ferias es un asiduo de Las Ventas, a aquellos que se manifiestan en defensa del toro y contra la fiesta nacional?... Era una pregunta más, en el contexto de la extensa entrevista a la que -hace ahora algunos años- sometían a Joaquín Sabina, en una emisora nacional. Tras unos instantes de reflexión el cantautor respondía: Les diría que siguiesen manifestándose, hasta alcanzar erradicarla; pero que, en tanto en cuanto lo consiguen, yo seguiré asistiendo al coso, cada tarde.
Me gustó esta respuesta, no por la diplomacia que la impregna sino por coincidir, en una buena medida, con mis planteamientos al respecto. Y es que en lo referente a esta cuestión, me confieso dividido: detecto lógica en todas y cada unas de las argumentaciones que esgrimen, ambos bandos, en defensa de sus respectivos criterios. Es cierto que las corridas, las auténticas, las de traje de luces, montera, capa, banderillas y espada, suponen una indudable crueldad, más para con el animal que con determinadas sensibilidades; pero no es menos cierto que se justifican, cuando menos parcialmente, en una tradición imbuida de arte e identidad.
Lo que ya consigue menos defensa argumental es el preconizar, como suele hacerse, que su prohibición supondría la extinción de esta raza: la carne de ternera de bravo comienza a cotizarse, en su calidad de bocado para paladares tan contados como capaces de apreciar y pagar el delicado matiz del sabor que proporciona tan elevada infiltración grasa. En la actualidad se vienen criando y sacrificando, con tal único fin, unas 600 reses al año. Algunos hay que ya lo comparan con la pedantería que representa el wagyu (buey de Kobe), una raza japonesa de tan desorbitado precio como refinadísima crianza, que incluye alimentación a base de cerveza y masajes diarios.
El problema, según pienso y vuelvo al tema que nos ocupa, tiene su origen en la sinonimia que permitimos se estableciese entre las expresiones: "Fiesta nacional" y "Corrida de toros". La fiesta nacional coincide, en casi todas partes, con el día grande de una nación; en Francia, por ejemplo, esta festividad se celebra el 14 de julio, día en que la toma de La Bastilla supuso el fin del absolutismo. En muchos otros países el día de la fiesta nacional no es otro que el aniversario de su proclamación ó independencia. A la casi totalidad de los españolitos de a pié, sin embargo, la expresión no les evocaría otra cosa más que una corrida de toros...
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De este modo no resulta extraño que en los pueblos de La Vera (Cáceres) -es mi comarca, aunque por desgracia también ocurre en muchas otras- no sepan de diversiones que no conlleven sucedáneos como este, que se ha dado en llamar "Toros al estilo de La Vera" y que se basan en el maltrato gratuito y la humillación de un pobre animal, cuya nobleza y bravura justificó el que lo erigiésemos en logotipo y símbolo nacional.
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