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«Lo mejor de España es la Vera; lo mejor de la Vera es Jarandilla. […] Allí está lo mejor del mundo. Y allí quisiera que me enterrasen para irme al cielo». Así alababa este lugar el emperador Carlos V, el hombre más poderoso de la tierra y también el mayor viajero de su tiempo. Jarandilla de la Vera es un vergel rodeado de frescos valles amenos. Los abundantes manantiales de la comarca forman torrentes impetuosos al deslizarse por las gargantas, pero luego atemperan su furia y brindan sus aguas más sosegadas a las feraces huertas y a las prietas arboledas.
Tan paradisíaco lugar ha estado poblado desde antiguo, como atestiguan los puentes y calzadas romanos y los vestigios medievales que el senderista que explora la región va encontrando acá y allá. En la iglesia de Jarandilla, construida por los templarios, se conserva una pila bautismal adornada con el signo ancestral de la cruz esvástica.
En la bisagra de los siglos XIV al XV, los condes de Oropesa, marqueses de Jarandilla y señores del lugar, construyeron el castillo, hoy convertido en Parador, sobre las ruinas de la antigua fortaleza templaria. De acuerdo con la moda del tiempo, impuesta por el Renacimiento italiano, el arquitecto reprodujo en el nuevo edificio las argucias vegetales del higo chumbo: una corteza dura y guarnecida de espinas que encierra una pulpa dulce y deleitosa.
El castillo de Jarandilla es, por fuera, una fortaleza cuadrangular con entrada acodada, puente levadizo, matacanes, troneras y fuertes torreones angulares; pero, traspasadas estas defensas, ante los ojos del visitante se despliega un remanso de paz y belleza, un palacio renacentista organizado en torno a un patio en el que combinan armónicamente la yedra, el ciprés y la palmera, y en el que el surtidor de la fuente central contrasta sus movientes cristales con la belleza inmóvil de la doble arcada gótica y la bella barandilla de piedra del edificio.
Extraído del libro: 1000 sitios que ver en España
Autor: Juan Eslava Galán
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