Paradojas de la casualidad pero ese enorme barco fantasma anclado al puerto de un pasado renacentista es, hoy por hoy, la ciudad más exhibicionista del mundo, y tan precisa como curiosamente alcanza a rozar la máxima expresión de su pavoneo cada una de las veces que pretende volver a ocultarse, por febrero, tras las elaboradas máscaras de su reputadísimo carnaval.
Venecia fue, o Venecia es, porque en ningún otro lugar se solapan tan bien el pasado y el presente: una ciudad de novelescas y encarnizadas luchas entre familias que un día decidieron resolver sus discrepancias poniendo, más que tierra, un centenar de canales de por medio; un ghetto de apasionadas meretrices en el que hasta los suspiros adoptan el aspecto de un puente; una porosa plataforma de exudantes alcantarillas, de improvisadas pasarelas; un cielo nublado por millares de molestas y voraces palomas, conscientes de las estrechas limitaciones de un aterrizaje, que consiguieron contagiar -con su vuelo- a un mismísimo y simbólico león.
Ha pasado mucho tiempo desde todo eso, ha pasado de una forma extraña, casi sin pasar, pero por mucho que en el fluir de los días sus gondoleros sigan achicando agua, en Venecia cuando llueve: siempre resulta ser sobre mojado...
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