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Poco antes de desposar al Miño en Os Peares, el Sil surca un cañón que impresiona por la verticalidad: en su profundidad llega a exceder los 500 metros de fieros y desnudos granitos, una fortaleza de roca viva hasta las almenas de espectaculares balcones que filtran el viento, las luces y la magia del lugar... Esta zona, salpicada de inquietantes miradores, de imposibles viñedos, de castaños centenarios y serenos monasterios medievales, es la que hoy se conoce como Ribeira Sacra.
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En el municipio de Parada do Sil (Ourense) se encuentran los miradores más famosos, los conocidos Balcones de Madrid, el lugar desde el que las mujeres despedían a sus esposos quienes antaño, tras cruzar el río por su parte más estrecha, emigraban en un tren correo lento, pausado, ruidoso, con duros y alargados asientos de madera, desde el nudo ferroviario de Monforte de Lemos hasta la Capital. En la lontananza de estos balcones los "rapaces" veían partir a su padre, mientras levantaban los llantos de un último adiós...
Algunos empresarios hicieron fortuna empleando a jóvenes procedentes del concello de Parada do Sil; muchos acabaron siendo barquilleros en Madrid, en cuyas verbenas conseguían ganarse la vida al ritmo de un machacón:
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"Al rico barquillo de canelaaaaa, para el nene y la nenaaaaa!"
"Quien los quiere tiernecitos, tostaditos de canela y de limón?"
Los barquilleros nunca faltaban en las típicas fiestas de la Villa y Corte: San Isidro, La Paloma, San Cayetano... Su presencia destacaba en los espacios más concurridos: El Rastro, El Retiro, La Almudena, El Palacio de Oriente, La Casa de Campo...
Así se entenderá que exista un mínimo monumento tallado en piedra en el corazón de este Concello, erigido en honor a aquellos jóvenes que rondaron por las calles del foro, como atípicos vendedores de barquillos que, bajo su atuendo de improvisados chulapos de extraño acento, llegaron a ser iconos del acervo cultural más castizo de nuestra capital.
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