Siempre que he tenido ocasión de detenerme en el seno de un repaso a Forelatos, he pensado que París ha resultado, de cuantos lugares configuran el directorio de mi vida, uno de los grandes perjudicados o ausentes...
No en vano allí se acunó mi infancia motivo por el que, casi desde entonces, he sentido el interés de una mágica atracción por la cultura de este país y confieso que, aún hoy, el zambullirme en la riqueza y la variedad de su legado conceptual, me sigue resultando apasionante.
Tras mi regreso de un corto -éste último- aunque intenso viaje a la capital del país vecino, me dispongo a dar forma al desagravio, evitando caer en la ambición de pretender abarcar tanto, que acabe mermando la necesaria presión de un relato... Es por ello por lo que en este post únicamente hablaremos de uno de sus rincones, uno de sus barrios más populares y pintorescos: Montmartre.
Montmartre significa Monte de Mártires, por lo que se deduce que la historia del promontorio comenzaría, recién estrenada la era cristiana, con el martirio y la decapitación de San Denis (en castellano Dionisio), quien tras el sacrificio y recoger su cabeza recorrerá aproximadamente 6 kilómetros, hasta morir en el lugar en el que posteriormente se alzaría la Catedral que lleva su nombre, el templo en el que descansan los restos de los Reyes de Francia. Tal albor religioso marcaría el destino de una colina que hoy, y desde principios del siglo XX, vemos coronada por la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús (Sacré Coeur), uno de los edificios más visitados de París.
Pero, amén de su vocación religiosa, Montmartre es también el simpático pueblo de serpenteantes calles, casas bajas y pintorescos rincones que dieron cobijo a los topicos con los que gustó de aliñarse la Bohéme y que tan magistralmente retrató Charles Aznavour en su canción homónima: la "vida alegre" que nace de la miseria; la musa de la hambruna inspirando a la creatividad; la adversidad como sustrato de los más bellos y puros sentimientos; las largas y frías noches de invierno frente al caballete, que acabaran al alba, con las manos heladas, entrelazadas alrededor de las formas del calor de una taza de caldo, con la mirada brillante, perdida en el horizonte, húmeda al imaginar un ansiado momento de gloria...
Amalgama, la de tales clichés, que resulta ser excelente caldo para una picaresca que en Francia no alcanzará la notoriedad de la de nuestro siglo de oro, pero que rozará en Montmartre y con los Petits Poulbots su máxima expresión. Estos "Titís", estos p'tits gars, herederos de Gavroche, surgen de la imaginación de Francisque Poulbot, quien instalado en Montmartre a principios del siglo XX, se dedicará a dibujar a los muchachos de la calle. Desde entonces los beneficios de tal iniciativa, así como los que se obtienen de las distintas actividades de su fundación "La República de Montmartre", sirven para erigir y mantener el dispensario que les dió refugio.
1 comentario:
Entrañable lugar gracias a tu forelato veo que sigue igual de pintoresco, que bonito forelato, si me permites añadir una pecularidad del lugar,que tienen su fiesta anual, se suele celebrar en Octubre ,La fiesta de la vendimia, pues no es conocido de todo el mundo que Montmartre tiene viñedos y es una fiesta muy querida entre los lugareños!
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