Estamos hablando, nada más y nada menos que, del monumento histórico en manos privadas más visitado de toda Francia... El Castillo de Chenonceau es el mejor ejemplo que puede citarse de entre los que eligieron el curso de un río para su edificación.
El de Chenonceau se conoce también como Castillo de las Damas, porque varias son las que, en su historia, jugaron un papel protagonista:
La primera fue Katherine Bohier, esposa de Thomas Bohier, quien tenía demasiados asuntos de los que ocuparse como para dirigir también las obras de su castillo adquirido en 1513. Katherine asumirá entonces las riendas del proyecto demostrando tener mucho gusto y, sobre todo, gran audacia para la época.
El destino quiso quitarle el castillo a los Bohier para ponerlo en manos de Diana de Poitiers, la favorita del rey Enrique II, en detrimento de su reina y esposa, Catalina de Medici. Diana se dedicó de lleno a renovar el castillo, mandando construir parterres y un puente sobre el río Cher.
A la muerte del rey, Catalina de Medici obligó a su rival a abandonar el castillo y se instaló en su lugar. Intentó borrar los recuerdos de Diana redecorando las salas, rediseñando los jardines y, sobre todo, mandando edificar las galerías sobre el puente.
Catalina legará Chenonceau a Luisa de Lorena, esta se encerraría allí tras el asesinato de su marido, cubriendo con un tupido velo de duelo y austeridad al castillo y convirtiéndolo en un convento.
Durante la Revolución Francesa, el edificio sería salvado por Louise Dupin, al transformarlo en un salón literario en pleno Siglo de las Luces. Cuando Madame Dupin murió, volvió a hacerlo la fastuosidad del castillo.
Marguerite Pelouze lo adquirió en 1863 y lo renovaría antes de caer en la ruina y tener que desprenderse de él.
El destino quiso quitarle el castillo a los Bohier para ponerlo en manos de Diana de Poitiers, la favorita del rey Enrique II, en detrimento de su reina y esposa, Catalina de Medici. Diana se dedicó de lleno a renovar el castillo, mandando construir parterres y un puente sobre el río Cher.
A la muerte del rey, Catalina de Medici obligó a su rival a abandonar el castillo y se instaló en su lugar. Intentó borrar los recuerdos de Diana redecorando las salas, rediseñando los jardines y, sobre todo, mandando edificar las galerías sobre el puente.
Catalina legará Chenonceau a Luisa de Lorena, esta se encerraría allí tras el asesinato de su marido, cubriendo con un tupido velo de duelo y austeridad al castillo y convirtiéndolo en un convento.
Durante la Revolución Francesa, el edificio sería salvado por Louise Dupin, al transformarlo en un salón literario en pleno Siglo de las Luces. Cuando Madame Dupin murió, volvió a hacerlo la fastuosidad del castillo.
Marguerite Pelouze lo adquirió en 1863 y lo renovaría antes de caer en la ruina y tener que desprenderse de él.
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