Uno de los centros de atracción de la ciudad de Úbeda gira en torno a la figura de San Juan de La Cruz, que murió en este convento de la ciudad uvetense, durante la madrugada del 14 de diciembre de 1591.
La muerte en esta ciudad coincidió con su desplazamiento hasta allí, desde su residencia en el cercano convento de La Carolina, con intención de consultar a un médico sobre la Erisipela que afectaba a su pierna y que finalmente acabaría con él.
Enseguida se estableció la poliédrica y famosa pugna entre esta ciudad jienense, que reclamaba la tradición de enterrarlo en el lugar del fallecimiento, y la castellana de Segovia, que defendía la idea de que el Padre de la Orden de los Carmelitas Descalzos debía ser enterrado en el convento Segoviano en el que comenzó su labor fundacional.
Y es que meses después la segoviana Doña Ana de Mercado, admiradora de San Juan desde que lo conoció (años antes), se empeñó en llevarse los huesos del fraile a Segovia, para lo que consiguió el permiso valiéndose de sus amistades entre los altos mandatarios. Lo hizo con el mayor sigilo -en una "noche oscura del alma" y guardando el cuerpo en una maleta- pues el pueblo de Úbeda no estaba de acuerdo con el traslado.
Las protestas y reivindicaciones de los ubetenses llegarían hasta Roma, dónde el Papa acabaría ordenando que se devolviese al poeta a Úbeda. Pero desde Segovia tan sólo se devolvió una pequeña, aunque muy representativa parte de los restos: los dedos índice y pulgar de su mano derecha, con los que el santo habría escrito su obra, y la pierna izquierda que le causó la muerte...
Llegados a este punto conviene contemplar el hecho anecdótico de encontrar, en el Capítulo XIX del Quijote, una aventura que -según opinión de los expertos- se referiría explícitamente a este momento histórico.
CAPITULO XIX
De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo
y de la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto
-Pues, ¿quién diablos os ha traído aquí -dijo don Quijote-, siendo hombre de Iglesia? -¿Quién, señor? -replicó el caído-: mi desventura.
-Pues otra mayor os amenaza -dijo don Quijote-, si no me satisfacéis a todo cuanto primero os pregunté.
-Con facilidad será vuestra merced satisfecho -respondió el licenciado-; y así, sabrá vuestra merced que, aunque denantes dije que yo era licenciado, no soy sino bachiller, y llámome Alonso López; soy natural de Alcobendas; vengo de la ciudad de Baeza con otros once sacerdotes, que son los que huyeron con las hachas; vamos a la ciudad de Segovia acompañando un cuerpo muerto, que va en aquella litera, que es de un caballero que murió en Baeza*, donde fue depositado; y ahora, como digo, llevábamos sus huesos a su sepultura, que está en Segovia, de donde es natural.
-¿Y quién le mató? -preguntó don Quijote.
-Dios, por medio de unas calenturas pestilentes que le dieron -respondió el bachiller.
-Pues otra mayor os amenaza -dijo don Quijote-, si no me satisfacéis a todo cuanto primero os pregunté.
-Con facilidad será vuestra merced satisfecho -respondió el licenciado-; y así, sabrá vuestra merced que, aunque denantes dije que yo era licenciado, no soy sino bachiller, y llámome Alonso López; soy natural de Alcobendas; vengo de la ciudad de Baeza con otros once sacerdotes, que son los que huyeron con las hachas; vamos a la ciudad de Segovia acompañando un cuerpo muerto, que va en aquella litera, que es de un caballero que murió en Baeza*, donde fue depositado; y ahora, como digo, llevábamos sus huesos a su sepultura, que está en Segovia, de donde es natural.
-¿Y quién le mató? -preguntó don Quijote.
-Dios, por medio de unas calenturas pestilentes que le dieron -respondió el bachiller.
* El robo de los restos se planteó y organizó desde la cercana ciudad de Baeza
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