Central térmica de Soto de la Ribera, junto a Oviedo (Asturias) |
Contemplé este paisaje con gran frecuencia cuando, coincidiendo con mi residencia en el Principado, había de dirigirme a o venir de la meseta. Nunca me pasó desapercibido, en muchos años y a pesar de mis posibles abstracciones, siempre me sacudió la tranquilidad y espoleó el humor, las más de las veces el mal humor, aunque admito que en un par de excepciones me invitó al jocoso divertimento de recordar el tan candente victimismo de los fumadores pasivos.
Y así fue, viaje tras viaje: ver este paisaje era para mí como recibir cien patadas; cincuenta en mi más que ajeado carnet infantil de boy scout, otras cincuenta en la autoestima y la autoconsideración de mi verde-rojizo pasado de adolescente.
Mas un día todo cambió; la columna de humo comenzó, desde ese momento, a dibujarme la simpatía de una sonrisa en la cara. El cambio lo motivó el que me contasen una anécdota, ocurrida años antes, una anécdota que siempre recordé después, al pasar por las inmediaciones.
"Nuestra amiga Clara conducía su coche; en el asiento de atrás iba su hijo Ángel, quien al ver chimenea de tamañas proporciones no pudo, probablemente tampoco quiso ni sabría, reprimir la curiosidad tan propia de su entonces tierna edad.
- "Mami, qué es eso?" -preguntó sorprendido y señalando con el dedo.
- "Eso?... Es la fábrica de nubes, hijo mío".
Y así fue, viaje tras viaje: ver este paisaje era para mí como recibir cien patadas; cincuenta en mi más que ajeado carnet infantil de boy scout, otras cincuenta en la autoestima y la autoconsideración de mi verde-rojizo pasado de adolescente.
Mas un día todo cambió; la columna de humo comenzó, desde ese momento, a dibujarme la simpatía de una sonrisa en la cara. El cambio lo motivó el que me contasen una anécdota, ocurrida años antes, una anécdota que siempre recordé después, al pasar por las inmediaciones.
"Nuestra amiga Clara conducía su coche; en el asiento de atrás iba su hijo Ángel, quien al ver chimenea de tamañas proporciones no pudo, probablemente tampoco quiso ni sabría, reprimir la curiosidad tan propia de su entonces tierna edad.
- "Mami, qué es eso?" -preguntó sorprendido y señalando con el dedo.
- "Eso?... Es la fábrica de nubes, hijo mío".
ERASE UNA VEZ, UN JARDIN
Georges Moustaki
Es una canción para los jóvenes
Que nacen y viven entre el acero
El betún y el asfalto
Y que probablemente nunca lleguen a saber
Que la tierra fue un jardín
Erase una vez un jardín al que llamábamos la tierra
Brillaba al sol como una fruta prohibida
No, no era el paraíso, ni tampoco el infierno
Ni nada que ya hubiésemos visto u oído
Un jardín, una casa, árboles
Con una cama de musgo para amarse
Y un riachuelo que corría, sin una ola
Que venía a refrescar, para seguir su curso
Erase un jardín tan grande como todo un valle
Tenía suficientes alimentos para todo el año
Sobre la tierra cálida o sobre la helada hierba
Y flores que aún no tenían nombres
Erase un jardín al que llamábamos la tierra
Era lo suficientemente grande para millares de niños
Estaba habitado, antaño, por nuestros abuelos
Quienes a su vez lo heredaron de sus ancestros
Adónde está ese jardín en el que hubiésemos nacido.
En el que hubiésemos vivido, desnudos?
Adónde ese hogar con las puertas abiertas?
Esa casa que busco y que aún no encontré?
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