Friburgo de Brisgovia es una de esas ciudades que han de visitarse cabizbajos, en una actitud de humilde curiosidad, de respetuosa cortesía, puesto que no bastará con alzar la mirada y admirar -validando la redundancia- la belleza en altura de algunos de sus preciosos monumentos, como la gótica catedral de piedra roja...
Tampoco será suficiente con estar pendiente del ir, bullir y devenir de sus gentes, una población joven, compuesta mayoritariamente de inquietos universitarios...
Para visitar Friburgo, la puerta sur de acceso a la densa Selva Negra alemana, se ha de estar también pendiente de lo que nos irá mostrando su adoquinado suelo:
1 -. Las placas metálicas que, en memoria de los más de 300 judíos que fueron deportados a los distintos campos de concentración, en los inicios de la segunda guerra mundial, se han colocado en los accesos a las que fueron sus casas.
2 -. Los arroyuelos que serpentean las distintas calles de la ciudad, que constituyen uno de sus más conocidos tópicos y que parecen querer lavar el recuerdo de cuanto suponen tales chapas doradas...
Canales que dan base y fundamento a la tradición de pensar que, aquella jóven que por descuido o error se mojase el pie en alguno de ellos, acabaría desposándose con un mozo del lugar, además de mojada...
3 -. En el suelo de esta ciudad también resultan característicos los reclamos publicitarios que, incrustados en el adoquinado de las aceras, nos señalan la ubicación de las distintas tiendas, oficinas o demás edificios. (Para ver otras fotos de Friburgo pulsa aquí).
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