martes, 17 de abril de 2012

Virtud oficial

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Las cosas no son buenas o malas en sí mismas sino en aras del espaldarazo de oficialidad que las ampara o, según el caso, del que carecen. Así, tal y como nos ilustra la fotografía del encabezamiento, existen robos que no lo son, que se disfrazan de meras transacciones comerciales, al efectuarse al amparo de la libertad de precios de una economía de mercados.

Personajes de ficción como Robin Hood, o históricos como Curro Jimenez, fueron perseguidos por sus respectivos soberanos, dada su concepción de la justicia social. No obstante y posteriormente, por idéntico motivo, fueron ensalzados como héroes en nuestro ideario colectivo.

Algo parecido ocurre con la violencia: fuera del paraguas gubernamental, resulta siempre punible. Ahora bien: la que ejercen los antidisturbios de cualquier país; abollando ideologías; aporreando a jóvenes pacíficamente sentados; defendiendo leyes que no siempre son justas o a gobiernos que -en algunos casos- no son los legítimos; esa, la violencia institucional, no alcanza conceptualmente ni a serlo, quedándose en represión, cuando no en meras acciones justificadas por la necesidad de restablecer el orden.

Me vienen a la memoria frases como las que pudieron leerse, en buena parte de las manifestaciones convocadas a lo largo de los últimos meses: 

"Violencia es cobrar 600 euros"; 
"No es crisis, es estafa".  

El poder, que no la lógica, la solidaridad, como tampoco la moral o la Religión, el poder es quien determina lo que es pecado o virtud. 

En una sociedad como la nuestra, en la que el Capitalismo campa a sus anchas y los países occidentales, empujados por el fantasma de la crisis, han adoptado el monocolor azulado de la derecha, los X Mandamientos de la Ley del hebreo que fue nuestro Dios, acabaron perdiendo toda vigencia...



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