Escultura de un onanista, en la Universidad de Salamanca |
El origen del término masturbación estaría en la expresión "manus turbare", o lo que es lo mismo: turbar o excitar con la mano. Onanismo se acabó aceptando como sinónimo, aunque etimológicamente no se empleó correctamente: el onanismo hace referencia al personaje bíblico Onán, quien al copular con Tamar, la esposa viuda de su hermano, practicaba el coito interrumpido como forma de controlar la natalidad.
A lo largo de la historia se ha condenado la masturbación desde la enarbolación de argumentos con escasa consistencia científica y de clara inspiración religiosa o moral: "que si deja ciego", "que si debilita mucho", "que si salen granos en la cara"... etc... Un aventajado Sigmund Freud sostenía -incluso- que ésta práctica podía estar en el origen de lo que entonces se conocía como neurastenia, y que venía a ser el equivalente de nuestra fibromialgia o de la actual fatiga crónica.
Fueron tantas las medidas contra la masturbación, algunas de tal crueldad, que bien podemos imaginar la desaprobación de la práctica con solo recordar algunas de ellas: se idearon numerosos métodos que, con mayor o menor éxito, tenían la finalidad de descubrir a los masturbadores...
Una vez descubiertos se les aplicaban terapias que llegaban a incluir: el uso de guantes ásperos u otros aparatos especiales que impedían el acceso a los genitales, descargas electricas, tratamiento de los genitales con ortigas, e incluso extirpación quirúrgica del prepucio y/o del clitoris (la clitoridectomía a las niñas a las que se sorprendía masturbándose se vino realizando hasta bien entrados los años treinta del pasado siglo XX).
Por todo cuanto hemos contado es fácil entender que no sea frecuente encontrar la figura del onanista en el arte occidental, habitualmente tan conducido, controlado y respaldado por el mecenazgo de la Iglesia Católica. De ahí que resulte sorprendente el toparnos con ésta, que podemos ver en la cornisa de la Universidad de Salamanca, frente a su popular fachada plateresca.
A lo largo de la historia se ha condenado la masturbación desde la enarbolación de argumentos con escasa consistencia científica y de clara inspiración religiosa o moral: "que si deja ciego", "que si debilita mucho", "que si salen granos en la cara"... etc... Un aventajado Sigmund Freud sostenía -incluso- que ésta práctica podía estar en el origen de lo que entonces se conocía como neurastenia, y que venía a ser el equivalente de nuestra fibromialgia o de la actual fatiga crónica.
Fueron tantas las medidas contra la masturbación, algunas de tal crueldad, que bien podemos imaginar la desaprobación de la práctica con solo recordar algunas de ellas: se idearon numerosos métodos que, con mayor o menor éxito, tenían la finalidad de descubrir a los masturbadores...
Una vez descubiertos se les aplicaban terapias que llegaban a incluir: el uso de guantes ásperos u otros aparatos especiales que impedían el acceso a los genitales, descargas electricas, tratamiento de los genitales con ortigas, e incluso extirpación quirúrgica del prepucio y/o del clitoris (la clitoridectomía a las niñas a las que se sorprendía masturbándose se vino realizando hasta bien entrados los años treinta del pasado siglo XX).
Por todo cuanto hemos contado es fácil entender que no sea frecuente encontrar la figura del onanista en el arte occidental, habitualmente tan conducido, controlado y respaldado por el mecenazgo de la Iglesia Católica. De ahí que resulte sorprendente el toparnos con ésta, que podemos ver en la cornisa de la Universidad de Salamanca, frente a su popular fachada plateresca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario