París,
Plaza de la Bastilla, uno de esos lugares que bien pueden considerarse un mojón,
en el sendero que va escribiendo la historia. En esta plaza, antes, nos lo
recuerda la columna central, coronada por un ángel alado, existía una
fortaleza, uno de esos castillos blindados que, como en el caso de la Torre de
Londres, acabó siendo una temida cárcel contra los enemigos del régimen.
Hasta
el momento que nos ha de ocupar, el de su “toma”, en la tarde de aquél 14 de
julio de 1789, la fortaleza de la Bastille era todo un símbolo de absolutismo y
desigualdad: con sus 68 metros de largo, los 24 de alto de sus 8 torres, con
los dos metros de espesor de sus paredes y los puentes levadizos que sorteaban profundos
fosos, el castillo era la imagen de lo inexpugnable.
Aquel día, por aquél entonces, París, con un poco más de medio millón de habitantes, era una ciudad de mendicidad y miserias, a la que un par de semanas antes habían rodeado 16 regimientos con 30.000 hombres armados que, no podía ser menos, consiguieron infundir en la población, tras los acontecimientos políticos, el temor a una pronta ofensiva militar contra el pueblo…
Por su participación en la guerra de la Independencia de los EEUU, Francia estaba arruinada. Las malas cosechas habían disparado tanto el precio del trigo, que los obreros llegaron a emplear las ¾ partes de sus salarios en adquirir pan.
Mientras,
en Versalles, el lugar que acumulaba todo el poder en la figura de Louis XVI, se
vivía la suntuosidad y el despilfarro que no se correspondían con la
precariedad de la economía del país. Por otra parte, Marie Antoinette, “la
extranjera”, era odiada, tanto por sus infidelidades como por sus excentricidades.
La destitución del ministro de finanzas, un hombre que simpatizaba con los cambios, supuso el combustible con el que Camille Desmoulins arengó al pueblo en los jardines de Tuileries, suponiendo, su discurso, todo un pistoletazo de salida.
Un pueblo que preventivamente improvisó el levantamiento de barricadas y que buscó armarse, acudiendo en masa hasta el hospital de los Inválidos, de cuyos sótanos consiguieron 32.000 fusiles y 12 cañones, aunque sin pólvora ni municiones, por lo que y para conseguirlas, decidieron encaminarse hasta la Bastille, nombrando a una delegación de representantes para parlamentar con el gobernador de la fortaleza, Bernard-René J. De Launay.
El marqués De Launay, quien carecía de liderazgo y de la experiencia que requiere el manejo de tales situaciones, invitó a comer a los componentes de la delegación, dándoles garantías de que retiraría los cañones… La demora en el regreso impacientó al pueblo, que llegó a pensar que sus representantes habían sido, cuando menos, encarcelados…
Mientras tanto, el soldado Pierre Augustin Hulin consigue convencer a las tropas del ejército hacia el cambio de bando, al fin y al cabo muchos eran familiares o amigos de los amotinados.
El gobernador amenaza con volarlo todo, incluyendo las calles de los alrededores, si no se disuelven… lo hace a través de un mensaje que la guardia suiza, que vigilaba la fortaleza, entrega al pueblo a través de una rendija de la puerta. Para recogerlo se ha de improvisar un tablón, por encima del foso, algo cuando menos anecdótico… Pero el pueblo no cede, quiere venganza…
A las 17:00h, de una manera que aún no puede explicarse, se abre la última puerta, dando acceso a los insurrectos, quienes recorren la fortaleza destruyendo archivos y cuanto hallaban a su paso. Contrariamente a lo que esperaban encontrar, en aquellos momentos, en la Bastille, tan sólo había 7 presos. Por otra parte, también llamaría la atención de los asaltantes el constatar que, al margen de las mazmorras, había celdas de lujo, como si de un hotel de cinco estrellas se tratase: los prisioneros podían disponer de sirvientes, barberos, incluso alguno se alojaba con su esposa… Sus almuerzos contenían hasta cinco platos y tres constituían sus cenas.
Se procedió al linchamiento del gobernador, a quien un carnicero cortó la cabeza, que fue paseada por las calles, en lo alto de una pica. La de De Launay bien puede considerarse, pues, como la primera decapitación de este pasaje de la historia…
Un poco por justificar el asalto se inventaron a un "octavo pasajero": un sufrido prisionero, el Conde de Lorges, quién realmente nunca existió, y que habría padecido todos los horrores que el pueblo había imaginado entre estas paredes...
La toma de la Bastille costó un centenar de muertos, en el bando de los asaltantes y 6 en el de los defensores del lugar. Coincidiendo con la toma comienza su demolición, por el fetichismo que supuso llevarse, a modo de recuerdo, algún trozo de la piedra que simbolizaba la libertad del pueblo frente a la opresión del antiguo régimen… Ese mismo fetichismo justificó el que durante años, fuese lugar de moda para encuentros, en cuyas celdas las burguesas gustaban de encerrarse, alimentando el misterio. Ni que decirse tiene que no fueron pocas las cosas que surgieron del merchandising de un marketing que buscaba el simbolismo en el recuerdo.
Hoy, en la plaza de la Bastille y en las fotos que adjunto, pueden verse:
-. El Mapa de la antigua fortaleza
-.
Los lugares, en el suelo, por los que pasaba su decreciente perímetro (fechas).
-. El recorrido de su muralla…
A los tres días del asalto, el Rey se reunió con los representantes de los sublevados en el ayuntamiento. Lucía una escarapela azul y roja, el símbolo original de esta revolución (después se añadiría el color blanco). Tres años más tarde fue decapitado en la Place de la Concorde, de París…
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