En
el otoño de 1922 Howard Carter seguía buscando la tumba de Tutankamón, en el
valle de los Reyes, a sabiendas de que se le agotaba el dinero y, por tanto,
también el tiempo.
El
4 de noviembre hallan unos escalones tallados en la roca, 16 en total, que
acababan, a 4 metros bajo tierra, en una puerta sellada: se trataba del acceso
a la tumba del joven faraón, que habría permanecido así, cerrada, a lo largo de
33 siglos, albergando tesoros que iban más allá de la imaginación.
Poco
después, el 5 de abril de 1923 fallece Lord Carnarvon, uno de sus mecenas, que
había entrado a la tumba con Carter. La causa de la muerte: la septicemia
provocada por la erisipela que le inoculó la picadura de un mosquito. Él habría
de ser la primera víctima de la maldición.
Cinco
meses más tarde, en septiembre de 1923, su medio hermano, el coronel Audrey Herbert,
presente durante las excavaciones de la tumba del faraón, también falleció,
reforzando la leyenda. Pocos meses después, otro financiero muere por neumonía.
A
lo largo de los 10 años siguientes al descubrimiento, llegarían a fallecer
hasta 27 personas vinculadas directa o indirectamente con el hallazgo de
la tumba.
Se
cree que ciertos hongos (del género Aspergillus) pudieron ser los causantes del
fallecimiento de algunos de los presentes en la apertura de la tumba, aunque
analizando el asunto con cierta seriedad, se comprueba que murieron por encima
de la expectativa media de vida, propia de aquella época.
En
realidad, puede que la famosa “maldición de Tutankamón” se apoyase
únicamente en la mayor venta de periódicos, que lógicamente generó.
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