Hubo un tiempo en que los anuncios, en nuestras calles o carreteras, podían llegar a alcanzar la
consideración de seña de identidad, de manifestación cultural de una
sociedad en la que, como en la nuestra, no anda escasean.
En estos días, circulando por carreteras andaluzas, tuve ocasión de toparme con un anuncio de tío Pepe, uno de los de antaño. No sé cuántos pueden quedar por nuestra geografía, aunque, sean muchos o pocos, independientemente del cuanto, resultan preciosas imágenes que consiguen anclarnos a nuestro pasado…
La historia comienza en 1935, cuando el cartel luminoso de Tío Pepe, de unas 70 toneladas de peso, se colocó en los altos del Hotel París de la puerta del Sol. El dueño de la bodega jerezana de González Byass había elegido este nombre de marca, inspirándose en su tío Pepe, un entrañable familiar al que frecuentemente recurría, para pedir consejo enológico…
Desde entonces, a pesar de las intentonas legislativas que pretendieron retirar estos carteles, las diferentes administraciones dictaron resoluciones en contra, por entender que merecían mantenerse, en tanto en cuanto habían alcanzado la consideración de ilustración de nuestro genoma.
Así fue como se salvarían: el luminoso de Tío Pepe, el de Schweppes de Callao, el de BBVA de la Castellana o el aún más famoso, si cabe, toro de Osborne de nuestras carreteras.
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