Y es que si algo define el protagonismo de esta ciudad es el hecho de que uno de sus bosques cercanos fuese escenario de la firma de los dos armisticios más importantes de la historia de la humanidad.
Según palabras del Mariscal Foch, el lugar elegido para la firma del Armisticio de 1918 habría de ser "un lugar solitario que garantizase calma, silencio, aislamiento y respeto por el adversario vencido, durante las negociaciones".
EL PERÍODO ENTRE GUERRAS
En 1922 se encarga al arquitecto Marcel Mages una adecuación del lugar con la que se pretendía convertirlo en un símbolo de Victoria y de Paz.
En 1919 el vagón que sirvió de escenario para la firma del armisticio fue ubicado en el Patio de Honor de Los Inválidos (París), aunque pocos años después, atendiendo a las múltiples reivindicaciones del ayuntamiento de Compiègne y tras la necesaria restauración, fue llevado hasta un pequeño museo construido junto al claro del bosque en el que antaño fue protagonista...
Tras la campaña y caída de Francia, en 1940 (ahora estamos hablando de la SEGUNDA guerra mundial), Hitler exigió que el nuevo armisticio se celebrase en el mismo lugar en el que se firmó el de 1918... De este modo el Canciller, acompañado de sus generales y de altos dignatarios nazis, acudieron al acto el 21 de junio.
Más tarde y por orden del dictador, el vagón sería transportado hasta Berlín y dinamitado el edificio que lo albergaba... Con el fin de eliminar todo rastro en la memoria se sembró de cereales el terreno, que alcanzó vocación de trigal...Y DESPUÉS...
Tras los primeros conatos de victorias y consagrarse el avance de los aliados, el vagón sería quemado por las SS, en Alemania, una vez más por expresa orden del furher.
HOY
Hoy puede verse una réplica exacta del vagón, las vías, el edificio que alberga al museo y la explanada, en el centro de la cual se alcanza a leer la siguiente inscripción: "Aquí, el 11 de noviembre de 1918, sucumbió el criminal orgullo del imperio alemán, vencido por los pueblos libres a los que pretendió doblegar..."
"sucumbió el criminal orgullo del pueblo alemán". Menos mal que el Mariscal Folch aconsejó respetar al adversario vencido.
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