Garganta La Olla es, de cuantos pueblos configuran el esquema casi lineal de La Vera, aquel en el que prefiere morar y alimentarse la leyenda.
Puede que lo eligiese por su enclave, en aquel valle tan estrecho y escarpado que nunca aspiró ni a serlo, conformándose con la tan denostada como irrelevante denominación de Olla... Puede que por haber dado prolongado asiento a un Tribunal de la Santa Inquisición, con la misión de cristianizar y depurar a los no pocos judíos y conversos que se instalaron en el oeste peninsular...
De Garganta la Olla destacaré, a tenor de su fama, la leyenda de La Serrana de La Vera. Mostraré también a continuación la azulada fachada del que sin duda fue -que sepamos- uno de los lupanares más antiguos de España: La Casa de las Muñecas.
No por no mencionarlos dejaré de recomendar la visita a su Museo de La Inquisición, así como del pueblo, en su conjunto, uno de los cinco asentamientos veratos que han alcanzado a ser declarados Conjuntos Históricos Artísticos.
LA LEYENDA DE LA SERRANA DE LA VERA
Refiere una antigua leyenda que la Sierra de Tormantos fue el escenario elegido por la Serrana de la Vera, una garrida moza garganteña, para las sangrientas hazañas que empañaron la historia de Extremadura, allá por el siglo XVI.
Isabel de Carvajal era una hermosa joven, de familia acomodada, que poséia una fortaleza física y un valor poco comunes en su sexo. Gustaba de dar caza al jabalí y al lobo, tirar con la ballesta y recorrer sola las fragosidades de la sierra, sin que tales aficiones llegasen a constituir merma alguna en su fragante feminidad.
Isabel de Carvajal era una hermosa joven, de familia acomodada, que poséia una fortaleza física y un valor poco comunes en su sexo. Gustaba de dar caza al jabalí y al lobo, tirar con la ballesta y recorrer sola las fragosidades de la sierra, sin que tales aficiones llegasen a constituir merma alguna en su fragante feminidad.
Seducida Isabel por un sobrino del Obispo de Plasencia, pariente suyo, vaga por los montes ocultando, entre aquellas impresionantes soledades, su dolor y su deshonra; allí se vengará de todo varón que se adentre solo en el campo, matándolo, tras seducirlo y gozarlo.
Para ello se valía de toda clase de artimañas y engaños, y en ocasiones de sus fuerzas más que varoniles. Luego los encaminaba a una fatídica cueva donde tras gozar apasionados deleites, los asesinaba. Posteriormente les daba sepultura en el lugar que aún se conoce como "Campo de la Serrana" y colocaba cruces sobre sus tumbas, hasta el punto de llenarlo.
Hasta que un pastorcillo, más avispado que ella, logra escapar de la celada y cuenta lo ocurrido. Isabel es capturada por la justicia y muere en la horca, en Plasencia.
De este personaje se han ocupado, entre otros, Lope de Vega en "El peregrino en su patria"; Luis Vélez de Guevara, en "La Serrana de la Vera"; José de Valdivieso, en un drama de igual nombre.
En la literatura moderna: el venezolano Rómulo Gallegos, en su novela "Doña Bárbara"; y el poeta catalán Eduardo Marquina. También la mencionan Tomás Martín Gil, Julio Caro Baroja y el escritor y poeta verato Felipe Jiménez Vasco.
Los diversos romances que existen en torno a este personaje legendario se siguen cantando en toda la serranía piornalega, principalmente ante las hogueras de las chozas de los pastores y en alguna que otra velada.
Allá en Garganta la Olla
En la Vera de Plasencia
Salteóme una serrana
Blanca, rubia, ojimorena.
Trae el cabello trenzado
Debajo de una montera,
Y por que no la estorbara,
Muy corta la faldamenta.
Entre los montes andaba
De una en otra ribera,
Con una honda en sus manos
Y en sus hombros una flecha.
Tomárame por la mano
Y me llevara a su cueva;
Por el camino que iba
Tantas de las cruces viera.
Atrevíme y preguntéle
Qué cruces eran aquellas,
Y me responde diciendo
Que de hombres que muerto hubiera.
Esto me responde, y dice
Como entre medio risueña:
"Y así haré de tí, cuitado,
Cuando mi voluntad sea".
Dióme yesca y pedernal
Para que lumbre encendiera,
Y mientras que la encendí
Aliña una grande cena.
De perdices y conejos
Su pretina saca llena,
Y después de haber cenado
Me dice: "Cierre la puerta".
Hago como que la cierro,
Y la dejé entreabierta;
Desnudóse y desnudéme,
Y me hace acostar con ella.
Cansada de sus deleites
Muy bien dormida se queda,
Y en sintiéndola dormida
Sálgome la puerta afuera.
Los zapatos en la mano
Llevo porque no me sienta,
Y poco a poco me salgo
Y camino a la ligera.
Más de una legua había andado
Sin revolver la cabeza,
Y cuando mal me pensé
Yo la cabeza volviera.
Y en esto la ví venir
Bramando como una fiera,
Saltando de canto en canto,
Brincando de peña en peña.
-Aguarda, me dice, aguarda;
Espera, mancebo, espera;
Me llevarás una carta
Escrita para mi tierra;
Toma, llévala a mi padre;
Dirásle que quedo buena.
-Enviadla vos con otro,
O sed vos la mensajera.
LA CASA DE LAS MUÑECAS
La Casa de las Muñecas es uno de los lupanares más antiguos de España.
Allí, con toda probabilidad, debieron consumar testosterona los destacamentos de la Guardia Personal de Carlos V, entre otros...
Llama la atención el azul celeste de su fachada que, según el decir de algunas voces, era el color con el que antaño se identificaba a los vertederos de líbido.
Particularmente delator resulta el bajorrelieve, en la base del arco que corona la entrada, un señuelo que pone de manifiesto que a falta de farolillos rojos y neones, buenas son las piedras...
Hace poco tuve el honor de prestar esta foto a la Universidad de Indiana (EEUU) para ilustrar la portada de un ensayo que, sobre la prostitución en la Europa del siglo XVI, editó su departamento de Historia.
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