sábado, 22 de noviembre de 2014

El suelo de Friburgo



Friburgo de Brisgovia es una de esas ciudades que han de visitarse cabizbajos, en una actitud de humilde curiosidad, de respetuosa cortesía, puesto que no bastará con alzar la mirada y admirar -validando la redundancia- la belleza en altura de algunos de sus preciosos monumentos, como la gótica catedral de piedra roja...

Tampoco será suficiente con estar pendiente del ir, bullir y devenir de sus gentes, una población joven, compuesta mayoritariamente de inquietos universitarios...

Para visitar Friburgo, la puerta sur de acceso a la densa Selva Negra alemana, se ha de estar también pendiente de lo que nos irá mostrando su adoquinado suelo:

1 -. Las placas metálicas que, en memoria de los más de 300 judíos que fueron deportados a los distintos campos de concentración, en los inicios de la segunda guerra mundial, se han colocado en los accesos a las que fueron sus casas.


2 -. Los arroyuelos que serpentean las distintas calles de la ciudad, que constituyen uno de sus más conocidos tópicos y que parecen querer lavar el recuerdo de cuanto suponen tales chapas doradas...

Canales que dan base y fundamento a la tradición de pensar que, aquella jóven que por descuido o error se mojase el pie en alguno de ellos, acabaría desposándose con un mozo del lugar, además de mojada...

3 -. En el suelo de esta ciudad también resultan característicos los reclamos publicitarios que, incrustados en el adoquinado de las aceras, nos señalan la ubicación de las distintas tiendas, oficinas o demás edificios. (Para ver otras fotos de Friburgo pulsa aquí).



domingo, 16 de noviembre de 2014

El Cementerio de los Gorriones




La estatua ecuestre de Felipe III es obra del escultor italiano Pietro Tacca, quien la finalizó en Florencia en el año 1616.

La figura del Rey que un día decidió abandonar Madrid -para establecer la capital en Valladolid y rectificar poco después- preside desde hace siglos, controlando desde el ombligo de su centro, el espacio rectangular de nuestra Plaza Mayor...

Entrados en el siglo XX, durante las celebraciones que coincidieron con la proclamación de la II República, algunos exaltados antimonárquicos la hicieron estallar colocando una bomba y provocando una lluvia de esqueletos de pajaritos que se esparcieron, cubriendo el suelo de este precioso enclave madrileño.

El orificio de la boca, que fue corregido y soldado durante la posterior restauración del monumento, constituyó durante siglos una trampa para los gorriones, quienes conseguían entrar en el interior de un caballo de bronce que sería su tumba, por resultarles imposible salir y por acabar muriendo de inanición. 

Puntualmente alguna vez, en los años por los que transcurre la cronología de esta historia, el mal olor que caracterizó a esta plaza llegó a constituir motivo de inquietud e indagaciones, que nunca llegaron a concretarse en la adopción de medidas que fuesen determinantes...

Del mismo modo tampoco deja de ser curioso el que don Ramón Gómez de la Serna dijese antaño de la montura que, por sus dilatadas proporciones, le parecía "estar siempre embarazada de un potranco de bronce"... Los castizos de la época no tardaron en referirse al animal como El Bocazas de Felipe III, aunque también desde entonces, y es fruto de esta historia y de la imaginación popular, a la escultura de la Plaza Mayor se la conoce como El Cementerio de los Gorriones...