miércoles, 2 de mayo de 2012

No es sólida esta solidaridad


"Perseguir las estrellas... para no acabar como un pez en una pecera"
La elegancia del erizo

Aunque fuera cuestión en la que  volcase más ahínco, no conseguiría entender la crueldad del mundo que nos ha tocado vivir o sufrir. Creo no haberla entendido antes y resulta más que probable que no alcance a tener la capacidad necesaria para conseguir hacerlo nunca en el futuro... Alguna vez hallé explicaciones parciales con las que justifiqué puntuales planteamientos o actitudes, ó puede que únicamente las buscase por cuanto me ayudaron a eludir el enmarañamiento intelectual de sentir el caos de lo ininteligible.

Y ha de verse como lógica mi incapacidad, sobre todo si comenzamos  admitiendo la simplificación de nuestro mundo en torno a un esquema en el que, lo que entendemos por justo y que acaba conformando nuestras normas de convivencia, se oficializa organizándose alrededor de un irracional núcleo de injusticias: que defendamos la propiedad de unos cuantos -por ejemplo- en base a la desposesión de las mayorías; que expliquemos la opulencia de algunos a través de las miserias de otros, los más; la influencia de los poderosos por su capacidad de someter a los más débiles; la del "tanto tienes, tanto vales"; que legitimemos al capital empujando hasta el paredón a cualesquiera de los que fueron nuestros derechos y que tanto sufrimos por conquistar; o a los mercados saltando a la palestra, para justificar lo injustificable...

No entiendo que seamos capaces de computar la existencia de cerca de 5,7 millones de parados, de 1,7 millones de familias en las que ninguno de sus miembros tendría trabajo/ingresos, sin que se nos caiga la cara de vergüenza al comentarlo, al amparo de un trabajo/salario -el nuestro- que no estamos dispuestos a compartir con ellos, como si perteneciésemos a una estirpe distinta, a la casta de los "elegidos" por una sociedad, ahora más segregacionista de lo que alcanzó a serlo jamás.
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Que la burrada de nuestros impuestos se justifique en una supuesta solidaridad social que no ejercemos, porque acaban siendo destinados a la construcción de aeropuertos o estaciones de AVE que no usamos, cuando no en el interior de las arcas de algunos de nuestros 445.568 lustrosos políticos.

No puedo asumir que el creciente número de desposeídos sólo cuente con ayuda institucional durante unos pocos meses, tras los cuales y de no encontrar solución a sus problemas -cosa harto probable en estos días- pasaría a depender directamente de la caridad -religiosa o laica- de organizaciones que justifican su existencia en la preparación del rancho para quienes mendigan en sus crecientes colas.

Tan sólo entendería nuestra impasividad si me la explicase la incredulidad, justificándola en parte, aunque solo en parte, a pesar de ser asunto que no parece constituir despropósito en un país en el que el descontrol supuso siempre un estímulo para la picaresca.
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Al filo de tal razonamiento se me ocurre pensar que lo que parece prioritario para una organización -la nuestra- que tiende a despreocuparse de la supervivencia de una buena parte de sus miembros, cuando no está viviendo por encima de sus posibilidades, sería el cultivar un mayor control de sus habituales descontroles... Un mayor control para un mayor y más solidario aprovechamiento... Y es que no quiero sentirme tan animal... O ¿qué digo?... Si hasta los animales poseen un espíritu más tribal!...




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