miércoles, 27 de julio de 2011

Hagamos buenas migas!

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A cada región sus platos, a tal más sabroso, a cual más elaborado, aunque de cada rincón podría destacarse uno, indiscutiblemente más popular que los demás allende sus fronteras... Así tendríamos el Cocidito madrileño, la Paella valenciana, la Fabada asturiana o el Pote gallego, el Gazpacho andalúz, el Marmitako ó la Escudella, por citar a los más conocidos y sin pretender menosprecio para los demás.

Las Migas se erigen, y en esto no admitiré discusiones, en claras protagonistas de la gastronomía de mi tierra extremeña. Originariamente vinculadas al pastoreo que las divulgó a través de la trashumancia, acabaron siendo primero conocidas y después apreciadas, en todas aquellas provincias del interior a las que mis antepasados tenían acceso, en su constante intento de mejorar la calidad de los pastos para su ganado. 

Las Migas son uno de esos alimentos a los que embadurna la magia de lo social. Elaborarlas y compartirlas acaba siendo una inmersión en la mística complicidad del compañerismo, tal y como ocurre con la Sidra asturiana, que nunca se degustaría en soledad, sino con el uso y disfrute de la buena compañia.

Quizá por eso las Migas nos legasen algunos entrañables dichos, como éstos: 

"Hacer buenas Migas" que suele emplearse para designar las relaciones que transpiran "buen rollo".

"¡La cosa tiene Miga!", que expresaría la existencia de fundamento y trasfondo en una cuestión.

Y sospecho, aunque confieso que la sospecha no es más que un pálpito, sin más evidencia que el deseo de que así sea, que la palabra "Amigo-a" compartiría raíz común con el plato de mis ancestros...



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