domingo, 8 de agosto de 2010

Entrevistas de selección



En aquella época yo era Gerente de Área de una Multinacional Farmacéutica afincada en nuestro país, algo así como el equivalente a un Director Regional. Mis responsabilidades, por resumirlas un poco, abarcaban todo aquello que afectase a los intereses de la Empresa en una delimitación geográfica que fue variando: Galicia, Asturias, León, en ocasiones Zamora, Salamanca, Valladolid, alguna vez Canarias... etc.

Una de esas facetas que pronto hube de asumir era la de las entrevistas de selección de personal, que inicié con gran entusiasmo, aunque acabaron saturándome enseguida: había entrevistas apasionantes, pero las había también, y eran muchísimas más las soporíferas y tediosas... Aún así no bajé la guardia respecto del interés depositado en esta función y fuí siempre consciente de que, en la base de mis resultados, nunca faltaría el mayor o menor acierto de estas decisiones.

El problema residía en que mi forma de entenderlo me abocaba hacia procesos largos y densos: "a más candidatos recibidos, mayores posibilidades de acierto". Vaya por delante que sigo viéndolo así, aunque los criterios empresariales son cada vez más sintéticos y proclives a enfocar hacia la inmediatez de la rentabilidad.


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Necesitaba un Visitador Médico para Lugo, alguien con facilidad de palabra,  empatía, don de gentes, elocuencia, capacidad de convicción... y todas esas cualidades con las que siempre hemos revestido al perfil de un buen comercial diferenciado. 

Muchos eran los convocados, tan solo uno sería el elegido, por lo que decidí abordar la primera vuelta de aquél proceso de selección con la intención de conseguir un buen triage:

"La alarma de este reloj está programada para activarse dentro de 20 minutos; es el tiempo del que dispones para convencerme de que eres el mejor de entre los 82 candidatos que aspiran a este puesto de trabajo". Dicho esto me callaba e intentaba no romper ni el silencio...

La mayoría de los entrevistados claudicaban ante tan dilatado espacio para el monólogo, apenas decían algunas frases y entraban en la dinámica de esperar a que acabases retomando la dirección de la entrevista, con alguna pregunta. 

Uno de los 82 destacó manifiestamente sobre todos los demás, ésta fue su entrevista, en un tono de confianza y aplastante seguridad:

"¿20 minutos? No me hace falta tanto tiempo, me basta 1 minuto -y por favor, no me interpretes mal-... Un único minuto y no para convencerte de que soy el mejor (éso es algo que no puedo saber, ya que no conozco a los demás), pero sí de que voy a intentar ser el mejor... Y lo ilustraré con un ejemplo: soy capaz de hacerle trampas a mi hijo, al parchís, con tal de ganarle...".

Tras el lógico y difícil espacio para la reflexión no tardé en apostar por aquél muchacho, quién pronto se abonó al liderazgo nacional en Ventas...



Años después, en un nuevo proceso de selección, esta vez en Gijón, vía interrogatorio indagaba acerca de las cualidades de una candidata sin experiencia en la profesión.

Su respuesta vino a ser la de recordarme un pasaje de El Principito, con el que despertó mi interés, amenizó la entrevista y quiso poner de manifiesto su flexibilidad y capacidad de adaptación: con las adecuadas formación y orientación podría ser la profesional que necesitábamos.

No elegí a esa joven finalmente: en aquella ocasión primaban criterios de experiencia que ella no reunía. Pero convencido de su valía decidí ponerla en contacto con otros procesos de selección, con otras empresas, adónde no tardó en triunfar.

Pocas semanas después me hizo llegar un paquete/regalo: una Edición especial del libro de Saint-Exupery que conservo con gran celo y del que extraigo el pasaje al que se refirió, en la entrevista:


EXTRAIDO DE "EL PRINCIPITO" 

Pasaba solo mis días, sin encontrar a nadie con quién verdaderamente pudiera hablar, hasta que algo me sucedió hace ya unos seis años, en el desierto de Sahara. Mi motor sufrió una rotura. Como no contaba con mecánico ni pasajeros, no tuve otra opción que la de intentar solo una difícil reparación. Indudablemente era para mí una cuestión de vida o muerte. El agua que tenía solo me alcanzaba para ocho días.

Me recosté sobre la arena, pasando así mi primer noche nada menos que a mil millas de toda región habitada. Me encontraba, por cierto, más alejado que un náufrago dentro de una balsa en medio del océano. Inexplicable fue mi sorpresa, cuando al despuntar el día una extraña vocecita me decía casi suplicante:
-Por favor... dibújame un cordero! 
-Eh!-exclamé-
-Dibújame un cordero...



Como atravesado por un rayo, de un salto me puse en pie, restregué mis ojos y observé con severa atención. Me encontré frente a un increíble hombrecito que me examinaba gravemente. Es éste el retrato más acertado que tiempo más tarde logré hacer de él.

Seguramente el modelo es mucho mas encantador que mi copia. Como ya os dije, las personas grandes me desalentaron de mi carrera de pintor cuando tenía apenas seis años, habiendo sólo aprendido a dibujar las boas cerradas y las boas abiertas.

Continuaba absorto mirando aquélla aparición ya que me encontraba, como les dijera, a mil millas de toda tierra habitada. El hombrecito sin embargo, no me parecía extraviado, ni cansado, ni muerto de sed ni de hambre y menos muerto de miedo. No tenía el aspecto de un niño extraviado.

Al fin pude hablar y entonces dije:
-Pero... qué haces aquí?
Suavemente pero muy serio repitió: 
-Por favor... dibújame un cordero... 

Cuando el misterio es demasiado grande, es imposible desobedecer. Por ridículo que me pareciera, a tantas millas de una región habitada y en peligro de muerte, tomé de mi bolsillo un papel y un lápiz. Comuniqué al hombrecito, no en el mejor tono, que no sabía dibujar. Me contestó: 
-No importa. Dibújame un cordero. 

Nunca en mi vida había dibujado un cordero, de manera que decidí rehacer uno de los únicos dibujos que me sentía capaz de realizar. El de la boa cerrada.

Incalculable mi sorpresa, cuando oí al hombrecito responder: 
-No! No! No quiero un elefante dentro de una boa. Las boas son sumamente peligrosas y un elefante muy embarazoso. En mi casa, todo es pequeño. Lo que necesito es un cordero. Por favor, dibújamelo. 

Entonces dibujé. El hombrecito miró con atención y luego dijo: 
-No lo quiero. Este cordero está muy enfermo. Debes hacer otro. 
Mientras dibujaba, mi amigo sonreía amablemente pero con cierta soberbia: 
-Ves?... No es un cordero, más bien es un carnero. Tiene cuernos... 

Hice nuevamente el dibujo, pero fue rechazado como los anteriores: 
-Este es muy viejito; quiero un cordero que viva muchos años.  

Ya algo impaciente y apurado por desmontar mi motor, garabateé por último este dibujo. Le dije: 
-Esta es una caja. El cordero que quieres está adentro. 

El rostro de mi joven juez se iluminaba: 
-Es exactamente como lo quería! Me pregunto si necesitará mucha hierba este cordero. 
-Por qué? 
-Porque en mi casa, todo es muy pequeño... 
-En verdad, te he regalado un cordero bien pequeño. 
Mirando el dibujo, con la cabeza inclinada dijo: 
-No tan pequeño... Mira! Se ha dormido. 

Así fue como conocí al principito...


 


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