sábado, 17 de julio de 2010

Botijos




Algo tan simple, y a la vez tan complicado... Tan simple que su mecanismo conquistó el paradigma de la sencillez; tan complejo que aún habiendo concentrado toda mi atención, cuando me lo explicaron antaño en clase de Física, no creo haberlas tenido todas conmigo a la hora de entenderlo.

Independientemente del como, lo cierto es que el botijo ha sido siempre, en nuestro país y a la manera del toro, no sólo un icono de raza, también de estrato social. Al menos yo siempre quise ver en él lo que otros vieron en el asno: el emblema de nuestro proletariado; la hoz y el martillo de nuestros trabajadores manuales.

Qué duda cabe: fue el primer paso a la hora de ayudarnos a hacer más llevaderas las inclemencias de esta tierra nuestra que se resquebraja con cada estío; mucho después llegaron los pantanos, los polémicos trasvases, las cuestionadas plantas desalinadoras y cuantos remedios nos depare el futuro.

Con ocasión de mi matrimonio -recuerdo que fue el mismo día en que estrenaba estado civil- me inicié en la entusiasta tarea de coleccionarlos. Mi primer botijo fue manchego; me encontraba entonces por la ruta de Don Quijote, recorriendo lugares como Puerto Lápice, El Toboso, Campo de Criptana, etc..., que habrían de ser la antesala de un viaje de novios que se prolongaría después por tierras andaluzas.

Poco a poco fui adquiriendo otros hasta alcanzar una cantidad cercana a la cuarentena, y no por ello los recluyo, más al contrario: los más representativos lucen en una estantería especialmente diseñada para ellos, en el salón.

Este práctico elemento puede ser de todas las formas, colores y tamaños. Lo que le acaba haciendo botijo, al fin y al cabo, son los cuatro elementos que suelen repetirse en todos ellos: la boca (para llenarlo), el pitorro (para beber), el asa (para sujetarlo), y la utilidad (el almacenar agua), aunque esta última condición ha cedido prácticamente todos sus derechos a las intenciones meramente decorativas.

En el término latino "Buttis" y en su diminutivo "butticula" tienen su raíz común todas las denominaciones que hemos venido usando en estas latitudes y con las que designar los recipientes para líquidos. De ahí derivaron "la bota" de cuero, "la bouteille" de los franceses, y el término con el reconocemos a nuestros recipientes de barro, entre otros.

En Toral de los Guzmanes (provincia de León), se encuentra el museo del botijo más representativo de cuantos hay dedicados a este utensilio, en todo el mundo. Ni que decirse tiene que es visita que, desde mi prisma de coleccionista aficionado, considero muy recomendable.



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