miércoles, 23 de junio de 2010

Los viejos


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Resulta evidente constatar como a medida que sumamos en edad perdemos la necesidad de lo social...

El referente de la infancia es la pandilla, el nutrido e inseparable grupo de amigos con los que uno intenta pasar la mayoría de su tiempo, aprendiendo las claves que exige la vida en sociedad... Más tarde, el despertar sexual nos impone la necesidad de elegir a un único compañero y constituir la pareja con la que pasar de puntillas por la madurez... Y acabar viviendo, finalmente y siempre en un muy superior número de casos del que resulta deseable, una soledad que parece erigirse en la sombra que proyecta la senectud.

El refranero, al que por ende solemos colocar en boca de viejos, alberga numerosos testimonios de esta evidencia. Sirvan estos dos ejemplos, que considero oportunamente bien traídos: "Buey solo bien se lame"; "Mejor solos, que mal acompañados"... A menudo he pensado en esta arrugada soledad, interesándome por los motivos, ahondando en las causas y llegando a conclusiones muy dispares, aunque no exentas de lógica, ninguna de ellas:

Quizá se trate de un tributo a nuestro reloj biológico, de una más de sus exigencias: se pierde la necesidad de relación como se pierde la elasticidad de la piel, ó el calcio de los huesos, ó como se pierde la sed... Puede que este aislamiento sea también reflejo de otra pérdida, la de la capacidad para el aburrimiento. La vejez es, por antonomasia, la época de los recuerdos, y éstos encuentran en la soledad su mejor escenario.

Algunas frases me llevan a sospechar que tal introspección podría tener su origen en la sabiduría que, según dicen, se alcanzaría con los años; y es que hasta el diablo sabe más por viejo..: "El necio necesita compañía y el sabio... soledad"; "Sólo salgo para renovar la necesidad de estar solo" (Lord Byron).

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Intuyo que hay también indicios que recuerdan a la actitud de espera ante la inminencia de un desenlace. Como en un sentarse en el alféizar de nuestras vidas para contemplar su ocaso, con la introspección que exige el silencio. Recuerdo que el otro día alguien me comentaba: "En eso somos como los elefantes, que hacen ese camino solos, cuando sienten que su vida se está apagando".

Por último, y es la razón más triste de cuantas se me ocurren: esta senil soledad podría no ser otra cosa que el lugar al que acaba llevándonos la vivencia de un cúmulo de sucesivas desilusiones, ó lo que es peor, de traiciones y desengaños.

Los años nos hacen más egoístas, más sutiles e individualistas; nos hacen más felinos -en definitiva- aunque no tomemos de esa especie (y es lástima) la habilidad que resultaría más útil para esa última etapa de la vida: su providencial capacidad para la supervivencia.




LOS VIEJOS (JACQUES BREL)

Los viejos ya no hablan o quizá solo algunas veces,
con el borde de los ojos.
Incluso ricos son pobres, ya no tienen ilusiones,
y tan solo un corazón para los dos.
Sus casas huelen a tomillo -a limpio-
a lavanda y a frases de antaño.
Aunque se viva en Paris, todos vivimos en provincias
cuando vivimos demasiado.
Acaso es porque rieron mucho,
que sus voces serpentean cuando hablan del ayer?.
O porque lloraron mucho que siempre,
algunas lagrimas, parecen coronar sus párpados?.
Y si tiemblan un poco,
no es acaso porque ven envejecer a ese péndulo plateado
que murmura en el salón, que dice sí,
que dice no, que dice: "Os espero"?

Los viejos ya no sueñan, sus libros languidecen,
sus pianos están cerrados.
El gato se les ha muerto, 
el moscatel de los domingos ya no les hace cantar.
Los viejos no se mueven, sus gestos tienen arrugas,
su mundo es muy pequeño:
De la cama a la ventana, y de la cama al sofá,
y finalmente: de la cama a la cama.
Y si aún salen, cogidos del brazo y vestidos de rigidez
es para seguir al sol el entierro de uno más viejo,
el entierro de una más fea
y durante el corto espacio de un llanto
conseguir olvidar al péndulo plateado
que murmura en el salón, que dice sí,
que dice no, y que les espera.
                             
Los viejos no mueren, se adormecen un día y ya no despiertan.
Se cogen de la mano, tienen miedo a perderse,
y sin embargo: desaparecen.
Y el otro queda aquí, para lo bueno y lo malo, lo dulce o lo amargo...
Qué importancia tiene?, el que se queda, de los dos, vive en un infierno
Le veréis quizás, la veréis a veces, envuelta de lluvia y pena
cruzar el presente, disculpándose por no encontrarse un poco más allá
y huir ante vosotros, por ultima vez, del péndulo plateado
que murmura en el salón, que dice sí,
que dice no, que dice: "Te espero".
Que murmura en el salón, que dice sí,
que dice no, y que nos espera.


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