martes, 29 de junio de 2010

Jarandilla de la Vera



El Municipium Flavium Vivertorum de los romanos; la Xarandilla de los árabes; el "Descanso Imperial" de las pegatinas que -en los años 70- podían verse estampadas en la luna trasera de algunos coches; ó el decorado que requieren determinados capítulos del libro inédito de mi vida... 

Todas estas -son las primeras que se me ocurren pero también hay muchas otras- resultarían acepciones válidas a la hora de intentar definiros, con muy pocas palabras, a Jarandilla de la Vera (Cáceres).

Un pueblo que sedujo a mi infancia. La enamoró de una manera que, desde entonces, me he resignado a no poder conocer nunca otra faceta que no sea la de su decadencia. Consuela pensar, en este sentido y con Manrique, que podría tratarse del espejismo que acompaña al convencimiento de que cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque sospecho que hay algo de real en tal declive, cuando menos la proyección psicológica del mío.

Jarandilla tiene poco más de tres mil habitantes. Siempre parecen ser los mismos, a ojos de quien se resiste a ver la evidencia de su lógica renovación biológica, del que tiende a omitir, permitiendo que el olvido disipe la rítmica cadencia con la que las campanas de la torre parroquial doblan una despedida. Los mismos deambulando por su calle principal; los mismos frecuentando, a la hora del aperitivo, los mostradores y las mesas de su desproporcionado número de bares. Algunos días, los festivos, la "quinta del astracán" puede llegar a suponer, y sospecho que pretendiéndolo, un espejismo renovador.



Hay un par de cosas de las que me siento particularmente orgulloso, que destacaría sin duda, a la hora de elaborar el directorio de los argumentos que configuraran mi pasión de oriundo. Son pocos los lugares que cuentan con la solera que proporciona la emblemática presencia de un Parador de Turismo, y Jarandilla cuenta con uno de los más bellos de la Red nacional... La villa alberga, también, la sede de verano de la Universidad de Extremadura, y admitiréis conmigo que aún resultan ser más infrecuentes los pueblecitos que, con tan escasa dotación de habitantes, tienen Universidad.

Vi las primeras luces un día de julio del 59, en Jarandilla, arropado por el silencioso calor de su siesta. Volví periódicamente a mi pueblo, contando siempre con la venia de un calendario laboral y acompañado de la necesaria intención de resetear mi vida. Una buena parte de los textos de éstas páginas -las que ahora lees- fundamentalmente los más personales e intimistas, los escribí aquí, en momentos de introspección que no me resultaría fácil alcanzar en otras latitudes ó circunstancias. En Jarandilla conté también con el tiempo necesario para interesarme en perfeccionar mis escasos conocimientos de fotografía, la posterior edición y el tratamiento de las imágenes.

En la resignación de otro conocimiento, el de que el interruptor de mi vida habrá de apagarse algún día -quiera Dios sea más tarde que pronto- desearía que también fuese aquí, tras haberla sacudido de la compleja locura que caracterizó a la época que nos ha tocado vivir, e inmerso en la dosis de sencillez que ahora juzgo indispensable, en la elaboración de mi postrera felicidad.


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