viernes, 25 de junio de 2010

La Vera


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En las postrimerías de la Sierra de Gredos, en la solana de su espigón más occidental -allí donde hasta su nombre cambia por el de Tormantos- se asientan un vergel de magia, un raudal de encantos disfrazados de pueblos y rincones,  y un laberinto de sonoros caudales empeñados en mantener, regándolas, las mil y una tradiciones que configuran la idiosincrasia de La Vera.

Allí nací, rodeado de algodonales a los que el auge del tabaco fue arrancando y de los que hoy tan solo quedan algunos vestigios y la metafórica posibilidad de afirmar, en clave de humor, que crecí entre ellos...

Los campos son ahora tabacales que se encharcan de margaritas entre campañas y que hoy, y a tenor de unas expectativas poco halagüeñas, parecen anticipar la celebración de una despedida. Mientras llega, las siluetas de los viejos secaderos se perfilan tan inútiles como las de unos evocadores esqueletos obstinados en proyectar, sobre sus paredes, la nostalgia de pasados más gloriosos. 

Las pimentoneras, aquellas que solo sabían coger pimientos, las que aseguraban ufanas que lo mejor de La Vera era su acento, han conseguido una merecida Denominación -primero de Calidad, más tarde de Origen- para un producto cuya elaboración se configura como una de nuestras mayores señas de identidad y que -junto con las Perrunillas- ilustra perfectamente el carácter del extremeño: fuerte, a la par que dulce. Lástima que en la consecución del logro se dejasen hasta ese acento: "jigo" y "jiguera" cambiaron el sabor castúo por una cierta entonación magrebí, y será pronto Alá quién escuchará lo bien que se compone el pelo la morena de la canción...

Pulsa para descargar el tema "Las Pimentoneras", de Manantial Folk

Desde mediados del siglo XVI la sombra de Carlos V reposa apoyada, en alargado decúbito, a lo ancho de toda la comarca. No deja de sorprenderme el constatar como unos pocos meses de agonía, por soberana que esta fuese, pudiesen dar tanto de sí en su calidad de combustible para el generador de leyendas. Por contra, recurriendo a nuestro letargo imaginativo, sí que consigo justificar lo manido del recurso.

Una de esas leyendas, mi favorita, concluye que el elevado número de veratos de cabellos y ojos claros -número que alimento y que estaría entre los más elevados de nuestra península- seríamos bastardos de alguno de los muchos cortesanos o guardias personales, todos ellos flamencos o teutones, que acompañaron al emperador en su declive.




Leyendas que se confunden,  entroncándose en la noche de los tiempos, con la magia de unos rituales cuya originalidad elevó al rango de fiestas, algunas -incluso- de un reconocido interés turístico a escala más o menos oficial, y que parecen entremezclarse en la antesala de mis pensamientos con el propósito de conseguir una única y diferenciada entidad. Así fue como acabé viendo a "Pero Palo" cediendo su apellido a un "Empalao", quién lo usó a modo de yunta con la que crucificarse y bajar así la cuesta que lleva hasta el Cristo del Humilladero, iluminado por la vertical antorcha de un llameante "Escobazo"...

Vera... Autenticidad... Pocas cosas tan agradables a mi paladar como un queso verato ó cualesquiera de los productos de sus matanzas rituales; pocas tan relajantes como la contemplación de estos valles; ninguna tan refrescante como el chapuzón, a media tarde, en las claras aguas de sus gargantas. 

Mi profesión me hizo viajero y esa condición, en claro sinergismo con la de mi elevada curiosidad, me llevan a poder asegurar que jamás vi, y resulta más que probable que tampoco conoceré, gradiente similar entre la dotación de recursos de una comarca y su... ¿incapacidad?... ¿desidia?... para explotarlos.

Vera... Proximidad... Así es como quiero estar: a la vera de mi Vera, y creo que lo estaré pronto, en cuanto asome la Prima...Vera.




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