sábado, 26 de junio de 2010

En cá Ceres



Afortunadamente y desde hace algún tiempo, la ciudad de Cáceres despierta ya la admiración que merece, como el increíble conjunto monumental que es, habiéndose situado al nivel de Salamanca, Santiago de Compostela, Toledo ó Granada, en la consideración de todos aquellos que tuvieron la suerte de profundizarla. Que duda cabe que la declaración, en 1.986, de Ciudad Patrimonio de la Humanidad, y el más reciente reconocimiento como tercer conjunto monumental de Europa, contribuyeron decisivamente en ello.

Pues bien, lo que os voy a contar hoy ha de ubicarse precisamente allí, en Cáceres, y más concretamente en ése, su casco antiguo y monumental que empezábamos elogiando en el párrafo anterior.

Por hacer un poco de Historia, telonera necesaria para el caso que nos ocupa: Cáceres acabó tomando entidad tras su definitiva incorporación al Reino de León, a partir de 1.229, y con el asentamiento de numerosos nobles guerreros, los más astur-gallegos, que fueron llegando con la Reconquista.

Como puede presumirse y al igual que muchos otros burgos medievales, se rodeaba de una aparente muralla con el supuesto fin de resguardarse de posibles ataques externos; aunque paradójicamente y las más de las veces sus problemas fueron intramuros, consecuencias de las múltiples y encronizadas reyertas existentes entre las diferentes familias que la poblaban. Por este motivo las viviendas fueron convirtiéndose poco a poco en las fortalezas de gruesas paredes, frentes blasonados y tan elevadas como competitivas torres que hoy podríamos visitar. Entre ellas la de los Marqueses de Monroy, Ovando-Mogollón, Sancho Sánchez de Ulloa, Sánchez Paredes, Mudéjar, Aldana, Becerra, Golfines de Abajo, Ovando, Carvajal, o la Mansión de los Sande.

Para poner fin a las guerras y banderías que se venían sucediendo con demasiado harta frecuencia, la reina Católica -entonces inquilina de la ciudad- decretó en 1.476 la inutilización de los elementos defensivos y ofensivos de las casas particulares de Cáceres y de su municipio. La altura de las torres hubo de replantearse y desde entonces no superan la de los palacios a los que se adosan. Tal decreto, que desde entonces y popularmente se conoce como "El Desmoche", no sólo supuso un cambio en la fisonomía del lugar, fue también una humillación para la altanería de los cacereños.

Aunque en justicia, incluso en esta historia de "malos", ha de hacerse una destacable mención de salvedad: la de la Casa del Sr. de Ovando-Mogollón, uno de los pocos nobles cacereños autóctonos. Este buen señor tenía la no menos buena costumbre de ofrecer mesa franca a cuantos pobres encontrase a sus puertas, al mediodía. Por tal motivo eran muchos los que allí se daban cita a diario, y también por eso, aún hoy, el término "mogollón" sigue utilizándose para expresar multitud ó cantidad.

¿Salvaremos también de la quema al Sr. de Balde quien, imitando a su vecino Mogollón y para alegría de los indigentes cacereños, acabó haciendo lo propio?... Al fin y al cabo a su iniciativa debemos el que su apellido sea sinónimo de gratuidad.


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